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Las m¨¢quinas tragaperras no discriminan; sin embargo, los datos sugieren que algunos c¨®digos postales tienen un peso mucho mayor que otros. En los ¨²ltimos a?os, los centros de juegos para adultos (adult gaming centres, CAA) se multiplicaron por las ciudades m¨¢s desfavorecidas del Reino Unido y crearon una escena familiar: tiendas vac¨ªas, pubs tapiados y un local chill¨®n y luminoso que promete botes los siete d¨ªas de la semana. Mientras los rodillos giran, las ganancias se disparan. Pero no se quedan en el mercado local.
que revelaron que un tercio de todos los AGC del Reino Unido se ubican en el 10% m¨¢s pobre de los barrios m¨¢s desfavorecidos del pa¨ªs. M¨¢s de la mitad se encuentran en el 20 % m¨¢s pobre. En contraste, algunas de las autoridades locales m¨¢s ricas, con 1,7 millones de habitantes, no cuentan con un solo AGC. En Hull y Middlesbrough, la pobreza tiene un c¨®digo postal y est¨¢ iluminada. Veintiocho AGC atienden a casi medio mill¨®n de personas. Las m¨¢quinas duran m¨¢s que la luz del d¨ªa. Esto no es aleatorio. Es un patr¨®n de c¨®digo postal que se utiliza para identificar con precisi¨®n la pobreza.
En el centro de esta expansi¨®n se encuentran dos nombres conocidos: Admiral, propiedad de Novomatic, propiedad del multimillonario austriaco Johann Graf, y Merkur, controlada por el Grupo Gauselmann de Alemania. Estos dos gigantes de las tragaperras se han expandido r¨¢pidamente desde 2022. Solo Admiral gestiona 346 locales en el Reino Unido. Merkur posee 262.
Juntos, han impulsado un aumento del 7?% en las tiendas de m¨¢quinas tragaperras en tan solo tres a?os. Sus locales est¨¢n abiertos las 24 horas, los 7 d¨ªas de la semana. Sus m¨¢quinas prometen botes de hasta 500?libras (580?euros). Y sus beneficios se canalizan al extranjero mediante dividendos, complejas estructuras de pr¨¦stamos y acuerdos corporativos con impuestos optimizados. Novomatic no solo gan¨® a lo grande. Se embols¨®. 82?millones de libras (95,1?millones de euros), transferidos desde Gran Breta?a como un bote que nadie local jam¨¢s vio.
En un caso, un fondo de Morgan Stanley respalda una cadena de 39 tiendas llamada Game Nation a trav¨¦s de una estructura en las Islas Caim¨¢n que gener¨® 12,6 millones de libras (14,6 millones de euros) solo en intereses. La Comisi¨®n del Juego del Reino Unido mult¨® a Merkur con casi 100.000 libras (116.000 euros) en marzo, despu¨¦s de que una investigaci¨®n de The Guardian descubriera que su personal hab¨ªa explotado presuntamente a un paciente con c¨¢ncer en estado de vulnerabilidad. La empresa se neg¨® a hacer comentarios.
En palabras de la profesora Henrietta Bowden-Jones del NHS England:
¡°Las salas de m¨¢quinas tragaperras, en particular las que est¨¢n abiertas las 24 horas del d¨ªa, los siete d¨ªas de la semana, utilizan productos adictivos para que las personas vulnerables jueguen durante horas y horas, en contra de sus propios intereses¡±.
A pesar de la creciente evidencia de que las AGC se agrupan en zonas con dificultades, los ayuntamientos siguen sin poder frenarlas. Bajo la actual Ley de Juego, las leyes de planificaci¨®n no ofrecen suficiente flexibilidad para rechazar nuevas solicitudes de licencia, incluso en barrios saturados.
Andy Burnham, alcalde del Gran Manchester, y m¨¢s de 30 concejos, encabezados por Brent, ahora exigen cambios.
¡°Es inaceptable que los ayuntamientos tengan tan poco poder para regularlos a pesar de las reiteradas preocupaciones de las organizaciones ben¨¦ficas y los residentes locales¡±, explic¨® Burnham.
¡°Debemos reclasificar estos lugares en la ley, dar a las autoridades locales mayores poderes de licencia y exigir a los operadores que rindan cuentas¡±.
La diputada laborista Beccy Cooper tambi¨¦n se mostr¨® preocupada y cit¨® a grupos de AGC que parecen estar apuntando a las comunidades desfavorecidas para ¡°llenar los bolsillos de las empresas de juego a expensas de nuestros residentes m¨¢s pobres¡±.
Las salas de m¨¢quinas tragaperras no solo compiten por atenci¨®n. Compiten por sobrevivir. En muchas ciudades, son de los pocos negocios que pueden permitirse mantener las luces encendidas. Pero esto tiene un costo.
Los estudios demuestran que la alta densidad de locales de juego se correlaciona con el aumento de la pobreza, la deserci¨®n escolar, las malas condiciones de vivienda y los problemas de salud. Las peque?as empresas tienen dificultades para competir con los incentivos de las AGC, como los horarios nocturnos y los servicios gratuitos. Los ingresos disponibles se destinan a las m¨¢quinas, no a los mercados. La inversi¨®n evita estas zonas por temor a la inestabilidad y el riesgo reputacional de las llamadas ¡°zonas de juego¡±.
?El resultado? Un efecto de sustituci¨®n donde el dinero que podr¨ªa haber financiado una cafeter¨ªa, una tienda o una carnicer¨ªa local se destina a una m¨¢quina propiedad de un multimillonario extranjero. El pueblo parece vibrante desde fuera. Pero es ef¨ªmero, no floreciente.
A pesar de los desaf¨ªos, el sector de las AGC contribuye anualmente con m¨¢s de 200 millones de libras (232 millones de euros) en impuestos, mientras que obtiene tan solo 100 millones de libras (116 millones de euros) de beneficio neto. Esto significa que por cada libra ganada, se pagan dos en impuestos. En teor¨ªa, esto convierte a las AGC en un sector fiscalmente eficiente. Sin embargo, tambi¨¦n implica que las presiones regulatorias, como los mandatos de actualizaci¨®n de m¨¢quinas o las normas de limitaci¨®n de beneficios, tienen un impacto descomunal.
Las recientes propuestas de la Comisi¨®n del Juego del Reino Unido exigen que todas las m¨¢quinas tragaperras incluyan medidas de seguridad modernas, como controles de velocidad de giro, indicadores de p¨¦rdidas netas y pausas obligatorias. Si bien son positivas para la protecci¨®n del jugador, estas mejoras cuestan m¨¢s de 10.000 libras esterlinas (11.600 euros) por m¨¢quina. Muchas unidades antiguas no se pueden modernizar. El coste podr¨ªa suponer el cierre de las salas de juego m¨¢s peque?as, especialmente las de las localidades costeras. La empresa matriz de Merkur registr¨® una p¨¦rdida de dos millones de libras esterlinas (2,32 millones de euros) sobre una facturaci¨®n de 200 millones de libras esterlinas. No porque fracasara, sino porque se expandi¨®. La expansi¨®n no siempre se trata de beneficios. A veces, se trata de control.
La asociaci¨®n comercial Bacta advierte que hay una ¡°amenaza existencial¡± para estos lugares. El vicepresidente Joseph Cullis dijo lo siguiente:
¡°Las propuestas podr¨ªan dejar sin trabajo a algunos operadores. Son injustas para las peque?as empresas e ignoran por completo el legado de las m¨¢quinas que han servido a nuestras comunidades durante d¨¦cadas¡±.
Es cierto que las AGC emplean a miles de personas y pagan salarios de empresa. Ofrecen puestos de seguridad, hosteler¨ªa y gesti¨®n, a menudo en zonas con escasas oportunidades laborales. Sin embargo, los cr¨ªticos argumentan que estos empleos son precarios, mal remunerados y, por lo general, forman parte de un ciclo que contribuye poco a la resiliencia econ¨®mica a largo plazo.
Las investigaciones demuestran que los locales de juego en zonas desfavorecidas rara vez impulsan nueva actividad econ¨®mica. En cambio, redirigen el gasto local existente. Como lo expres¨® un estudio, las AGC no aportan nuevos ingresos a las ciudades. Simplemente reciclan las dificultades.
Cualquier beneficio para la infraestructura, como nuevas carreteras, alumbrado p¨²blico o servicios p¨²blicos, suele ser incidental. Es el precio del acceso, no la inversi¨®n. Y aunque los grupos del sector argumentan que las m¨¢quinas tragaperras son solo otra forma de entretenimiento, pocos har¨ªan esa afirmaci¨®n de una industria que gana m¨¢s en Hull que en Hampstead.
El libro blanco del gobierno sobre la reforma del juego incluy¨® cambios para las tragaperras en l¨ªnea. Sin embargo, el progreso se ha estancado en los establecimientos f¨ªsicos. La regla 80/20, que limita al 20?% el n¨²mero de m¨¢quinas B3 de alto riesgo en un AGC, sigue vigente por ahora, y las consultas se han pospuesto hasta 2025.
Mientras tanto, las AGC siguen abiertas. Los carretes siguen girando. Y las comunidades que ya enfrentan dificultades econ¨®micas observan c¨®mo la riqueza abandona sus calles principales, un grifo a la vez.
Si el Reino Unido se toma en serio el juego responsable, debe dejar de fingir que todos los c¨®digos postales son iguales. Porque en demasiadas ciudades, las m¨¢quinas tragaperras no solo llenan una tienda, sino que cubren un vac¨ªo que dej¨® la regulaci¨®n.
Esto no es regeneraci¨®n. Es extracci¨®n y una v¨ªa de acceso desde el bolsillo de la clase trabajadora al fondo offshore de un multimillonario. Y lo hemos normalizado. Lo hemos legalizado. Hemos creado pol¨ªticas que lo recompensan. Los ayuntamientos no pueden detenerlo. Las comunidades no pueden bloquearlo. Y el gobierno no ser¨¢ su due?o.
Hablamos de la protecci¨®n del jugador. ?Pero qu¨¦ hay de la protecci¨®n del lugar? Las ganancias no solo anulan la protecci¨®n. Reescriben las reglas.